El armiño la va a armar

Por Carlos Primo

Durante siglos adornó a Papas, Reyes, escudos nobiliarios y diletantes de todo tipo, hasta que llegó un día en que se convirtió en anécdota. Hoy el armiño es un símbolo del absolutismo y precisamente por eso también es un símbolo de nihilismo. Lo significa todo pero no significa nada, porque en un momento en que la realeza se tambalea y el Vaticano se resquebraja, los símbolos son lo de menos y son lo más al mismo tiempo. De Da Vinci a Vivienne Westwood, de los Emblemata de Alciato a Slimane, de Ratzinger a Fabiola de Bélgica, hacemos un ránking aleatorio y caprichoso como los poderes a los que siempre ha adornado el armiño. Bienvenidos a cinco siglos de extravagancia. El placer es siempre nuestro.

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1. Si el armiño orna escudos nobiliarios y atuendos mayestáticos, no es sólo debido a la cualidad de su piel, sino a su valor simbólico: el armiño representa la pureza porque, según dice la leyenda, era capaz de dejarse matar antes de manchar su impecable pelaje. Por eso, los cazadores lo atrapaban arrinconándolo ante charcas oscuras. Sin embargo, no todo es pureza virginal; el humanista italiano Alciato (1492-1550) veía en él ciertos rasgos de “viciosa delicadeza”. Y, como resulta obvio, este sintagma (“viciosa delicadeza”) no puede gustarnos más. Por eso nuestra primera imagen procede, precisamente, de una edición de sus Emblemas impresa en Lyon en 1549

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2. Jugando con esta ambigüedad simbólica (¿casta o casquivana?), no podemos resistirnos a compartir la muy sugerente Dama del armiño de Leonardo Da Vinci: peinado propio de las hermanas Brontë, collar de flapper y mascota exótica que no tiene nada que envidiar a los hurones de ilustres celebritis de macrodiscoteca

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3. Napoleón, que en el fondo era un nostálgico de la púrpura, luce aquí un auténtico despliegue (nunca mejor dicho) de armiño con colitas y una profusión de pliegues y terciopelos con lo mejor del neoclasicismo y la parte más rancia de la aristocracia francesa (que no se ve, pero existe)

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4. La misma combinación (armiño y granate) utilizó otro emperador depuesto, el Papa Ratzinger, cuando decidió sacarse de la manga un camauro que hiciera juego con sus zapatos de Prada. Ratzinger, como buen aficionado a la arqueología y a la pompa (“la Iglesia ha de ser magnífica para inspirar autoridad”, solía decir), rescató de los guardarropas del vaticano este simpático gorrito que muchos confundieron con el de Santa Claus y nos regaló una imagen impagable.

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5. Antes de abandonar el primer y el segundo estamento, un pequeño vistazo a la monarquía británica, que tantas alegrías nos ha dado a lo largo de las décadas. Aquí, un jovencísimo Charles pre-Camilla saluda al pueblo.

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Sobre sus hombros lleva el peso de la responsabilidad, pero también un impresionante manto de armiño que nosotros queremos imaginar envolviendo la virginal figura de su antepasada Elizabeth, enemiga acérrima del Palo de Campeche español y precursora de la performance indumentaria generalizada:

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Aunque hay que reconocer que Vivienne Westwood también lo llevó con mucha gracia en la colección que diseñó en 1987 para Harris Tweed. Para reina, ella:

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6. Y acabamos el repaso monárquico con Fabiola, que era muy católica y muy discreta, y que celebró su boda con Balduino de Bélgica con este Balenciaga cortado personalmente por don Cristóbal que sigue arrancando suspiros interminables de los bloggers y acólitos que acuden a Getaria cada semana. El vestido, impenitente geométrico, castellano y casi medieval, incorporaba detalles en armiño. “La boda de Fabiola” fue el primer enlace real retransmitido en directo por la televisión española, y como tal es recordado. Nunca el armiño llegó tan lejos.

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7. No sólo de realeza y papados vive el armiño. Con el auge burgués, el bovarismo del siglo XIX y los delirios proustianos de los salones elegantes europeos, el armiño se convirtió en un capricho caro, en una boutade un poco snob que decoraba diseños tan absolutamente insólitos como este traje con “recortes de armiño” que inmortalizó Pierson en 1895. Si el animalito del que surgieron estas pieles hubiese visto esta imagen, se habría arrojado al fango sin dudarlo. En la peletería, como en la vida, también hay líneas rojas.

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8. Con igual exceso llevaba los armiños la Condesa de Castiglione, famosa por haber sido amante de Napoleón III y, al mismo tiempo, espía italiana encubierta. La Castiglione solía hacer espectaculares entradas en los salones parisinos ataviada de este modo. Desde luego, el objetivo era no pasar desapercibida, y así sucedió. Sus desvelos y sus afanes ayudaron, finalmente, a conseguir la unificación italiana. Nunca el armiño estuvo mejor administrado.

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9. En 1948, Betty Grable protagonizó la película póstuma de Lubitsch. Titulada La dama del armiño, era un musical de enredos amorosos ambientada en Bérgamo en los mismos años en que la Castiglione hacía estragos en París. La cinta ha quedado como una producción menor donde, sin embargo, lo más notable es la presencia de Betty Grable y sus impresionantes trajes de armiño. ¿Sería falso?

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10. Y llegamos al presente. Envueltos en la bienaventurada democratización de la moda, llega Slimane y la lía parda con un abrigo de armiño para su primera colección masculina en Saint Laurent F/W013. Lo combina con una camisa de franela y unos pantalones slim. Y el resultado desconcierta un poco, pero termina por ser una de las salidas más brillantes del desfile. Porque el armiño será muchas cosas, pero nunca deja indiferente ni pasa desapercibido. Lo cual ya es mucho.

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