Hace unos días, en una cita con Lola García, consultora nutricional de SHA Wellness Clinic me decía que esta época del año otoñal que no termina de instalarse entre nosotros, es ideal para cocciones de fogón lento que carguen los riñones de energía y los cuiden después de tanto crudo veraniego.
Yo que me he pasado este verano de crudo y de todo, se lo contaba a otra de mis gurús alimentarias y muy querida amiga Blanca Barrera, alma de Aguacatte que es en Madrid el Catering del momento y que se ha instalado en el panorama para quedarse y crecer… ❤️
Ella que sabe de fogones y de Thermomix (que es la base de mi cocina porque soy un cocinero cafre sujeto a este robot) quiso inspirarme una reconciliación con las ollas y la cocina de paciencia infinita, visitando juntos las dependencias que Juan Bautista Sachetti proyectó para el subsuelo del palacio madrileño en 1737 y que permanecen más vivas que nunca tras su apertura definitiva al público.
Allí quedamos con Lourdes Cabanas, restauradora de porcelanas de Patrimonio Nacional, y amiga de Blanca, que muy amablemente se ofreció para guiarnos por estas cocinas que atesoran más de 2.625 objetos en 800 metros cuadrados cargados de funcionalidad regia y luz mágica que se proyecta en los enormes calderos de cobre.
Un recorrido que comienza en la “Cocina de Boca”, donde preparaban el servicio de las mesas de los reyes de España y donde se desarrollaba el oficio de “Ramillete” con técnicos encargados de adornar artificiosos dulces, decoración de mesas, elaboración de compotas, bizcochos, helados, refrescos y donde destacan sus basares repletos de cientos de moldes de repostería, escurridores, bandejas, cerámica y morteros gigantes.
De ahí vas pasando las dependencias que dan a mayordomía (palabra que amo) de la Calle de Bailen y los fogones se intensifican a medida que pasas de una antecocina cargada de lavaderos de piedra del tamaño de una bañera, neveras de las épocas Alfonsinas, aros de presentación, poissoneries, una gran cazuela con forma de rodaballo o mesas de despiece con la madera cortada de forma que los cuchillos no quedaran clavados… Miles de detalles destinados a conseguir el éxito en cenas de alto copete que culminaban en la explosión de sabores que componían aquellos menús reales de 42 entrantes.
Estos solo podían salir de la gran cocina de acero Made in Paris (Briffault) que preside la cocina grande del Palacio de Oriente, donde sientes la energía del calor alimentado del carbón que aún continúa allí y cuya atmósfera describe a la perfección Luis de la Peña Onetti (que fue alabardero de Alfonso XIII) en el libro de la exposición que firma José Luis Sancho, conservador de Patrimonio: “Verdaderamente era digno de admirar el espectáculo de aquellas espaciosas dependencias rebosantes de vajillas, menaje y enseres, antiguos y modernos, en los que el cobre daba la nota acusada de su encendido y brillante color. Todo ello limpio, resplandeciente y bien ordenado por un pequeño ejército de cocineros, pinches, freganchines y marmitones presididos por el cocinero en jefe…”
Siempre es un gusto pasear por las estancias del Palacio Real, pero ahora el recorrido es aún más mágico ✨porque puede hacerse de abajo a arriba en una experiencia cargada de costumbrismo pasado y cuya intensidad depende en gran medida de la imaginación que posea el visitante.
Blanca y yo que estamos sobrados de este compañero de viaje vital, disfrutamos a la altura del looping visual que te ofrece el mayor parque de atracciones de Patrimonio Nacional y que no te puedes perder por nada del mundo.