Doce años antes de la fundación de ZARA, algunos visionarios ya atisbaban el éxito de ese mercado de la apetencia frente a la imposibilidad; ese “quiero y no puedo” mágico en el que nos zambullimos hoy tan alegremente. Un mar de irrealidad cargada de deseo cuyas aguas escaseaban en los años Sesenta, donde si querías algo verdaderamente maravilloso tenías que ir al original del producto o a la licencia concedida por su creador a unos almacenes o a recrear un patrón existente.
No había un distribuidor que como en la Alegoría de la Caverna proyectase objetos que irradiasen la idea del original y un chico de Detroit loco por la moda, que había empezado su brillante carrera como ayudante de Roger Vivier haciendo zapatos para el Christian Dior de Marc Bohan, decidió ser uno de los primeros en recrear el mundo de las ideas para clientas locas por las joyas o por la bisuta, pero en cualquier caso locas por brillar✨.
Y así, Kenneth Jay Lane se lanza en 1962 a rehacer de un modo más barato las ideas originales de Fulco di Verdura, Jean Schlumberger, David Webb, la arqueología joyera de distintos museos del mundo y las cornucopias etnicas de lugares remotos tan de moda en los 60’s (el boom del turismo ✈️en la moda da para mucha tesis…), pasando por La Corona Real Británica y los Maharajás de La India…
Un delirio de riqueza a precio de ganga que no conquistó inicialmente a un público falto de posibles, sino que divertía a la alta sociedad neoyorquina o al Hollywood del que procedían sus impulsoras más notables: Jacqueline Kennedy Onassis, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor, Greta Garbo, Nancy Reagan, las princesas Margarita y Diana, Babe Paley y la más importante de todas porque consiguió catapultarlo a nivel mediático, la que fue la editora de Harper’s BAZAAR, Diana Vreeland.
Ron Galella/GettyImages
Ella aparece siempre en los retratos posteriores a la fundación de esta casa con dos muñequeras como las que Verdura creó para Chanel y que por fin las señoras americanas podían comprar a módico precio y a porrillo que es lo que les gusta…
De antebrazos repletos de brazaletes de Kenneth Jay Lane están plagadas las revistas de la época.
En 1969 esta posibilidad se amplió a las londinenses y parisinas, gracias a la venta de su marca a un conglomerado llamado Kenton Corporation y las copias de apetecibles y grandilocuentes hits de la joyería pasaron a generar un negocio millonario y el “original from someone” de Kenneth Jay Lane lo llevó a triunfar en un mercado visionario de chucherias a escala regia que hoy está muy extendido con otras marcas low cost que todos conocéis y no hace falta enumerar… Solo recordar que él fue de los primeros en hacer esto y como dijo en una entrevista: “Pienso que la clave está en tener ojo” y vaya si lo tuvo…
Incluso le valió la popularidad por una vida tan divertida y coherente con la opulencia como era su obra misma. Esta autenticidad que desprendía le valió incluso un homenaje de Lou Reed en su canción “Sally Can’t Dance”:
Ben Hider/GettyImages
En esta entrevista puedes verlo y conocer un poco mejor a este personaje increíble que nos deja a los 85 años y del que deberías lanzarte a coleccionar antes que el mercado vintage convierta sus “baratijas” en prohibitivas.
https://m.youtube.com/watch?v=PkMlHgbW8i4
No te pierdas este vídeo para ir haciendo boca de un documental que en 2018 no nos perderemos ni tú ni yo, porque “Fabulously Fake: The Real Life of Kenneth Jay Lane” se está cociendo y promete no tener desperdicio.
En 1996 pública “Faking it” un libro repaso por todos esos años al frente de su marca, los diseños que le habían llevado al éxito y la clientela raséeeeeeee que lo había aupado hasta ese cuartel general de Park Avenue tan cuajado de objetos como sus famosos collares de charms.
Ben Hider/GettyImages
En esta entrevista puedes verlo y conocer un poco mejor a este personaje increíble que nos deja a los 85 años y del que deberías lanzarte a coleccionar antes que el mercado vintage convierta sus “baratijas” en prohibitivas.
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